No me gustan los neohippies

Salgo de la piscina hacia los camerinos, me meto a una ducha y empiezo a quitar el cloro, el sol caliente… todo tranquilo hasta que a los dos minutos de haber entrado me tocan la puerta con rabia, mientras alguien grita: ¡Cierra ya que estas gastando mucha agua! Salgo a ver quién interrumpe así el mejor momento del día y veo una “niña bien” disfrazada de hippie, con camisa desteñida y pantalón prelavado. Pienso: -esa seguro toma Coca-Cola-; y con rabia me enjuago dos minutos largos más, y otros dos de más.

Sé que acabo de sufrir un ataque de “El Mal”, la reacción a un tema que me convierte en una intolerante, me nubla, no pienso, me exalta, me choca.

Y es que sufro de alergia a los ecologistas, o mejor, al paquete de consejos, buena energía e ingenuidad con la que vienen cargados.

No es que desconozca la necesidad de cambiar nuestros modos de vida para darle un respiro al planeta que ya no es azul, que está agotado y estéril, dejándonos claro con sus climas y temporales que está muy cerca del límite de aguante. Que hemos abusado.

Sin embargo las reflexiones en torno al tema me generan prevenciones, pues creo que están desenfocadas, perdidas; se limitan a censurar las pequeñas acciones, los hábitos diarios sin generar una conciencia en profundidad sobre el problema.

Nos cuentan que el planeta no aguanta el baño caliente de 15 minutos y este debe reducirse a 5; que no aguanta mi amor por los focos amarillos y debo habituarme a las luces blancas de oficina; que no aguanta el uso de papel blanco y debemos comprar papel ecológico o reciclado.

Pero cambiar estos pequeños actos cotidianos implica la adquisición de otros productos: en el mercado encuentras bombillos ahorradores, canecas recicladoras, papel artesanal, comida orgánica. Todos más costosos que los “no ecológicos”. Casi todos apoyados en una gran propaganda mediática, solo adquiribles en los grandes almacenes, muy lejos de la tiendita y del bolsillo de barrio

Entonces el viraje hacia productos amigables con el planeta y con nuestra salud, implica caer en un consumismo mal ejercido e ingenuo, que no se pregunta qué y a quién financia, qué y a quién justifica u oculta, al tiempo que desvía la discusión convenientemente.

Porque lo que la tierra no aguanta es que la Coca-Cola que tomas en la tarde, la de 350 ml, necesite mas del doble de agua en su producción. La minería a cielo abierto altamente contaminante y vehículo de enfermedades a las poblaciones que tengan la desgracia de estar cerca. La ganadería que arruina extensas tierras de cultivo dejándolas prácticamente inutilizables para la agricultura, que mientras alimenta una vaca con 8 kilos de grano no produce más de una libra de carne.

La tierra no aguanta el afán de consumo, del precio de estar “a la moda”; que el jean que te pones y te hace ver muy sexy y descomplicado tan solo en el acabado necesitó de 70 a 80 litros de agua, contaminando además quebradas y afluentes cercanos porque los desechos industriales de tu pantalón “vintage” son altamente tóxicos.

Lo que esta tierra abusada no aguanta más es la construcción de túneles innecesarios y amañados como el que nos quieren meter; sin remordimientos por estar perforando dos montañas, destruyendo el hábitat de la fauna y ocasionando filtración y pérdida de aguas en Santa Elena a razón de 185 litros por segundo (sin hablar del impacto al ecosistema y la pérdida de espacios culturales) todo por el santo capricho y comodidad del expresidente que quiere tener la finquita más cerca de la ciudad.

Y la lista sigue, porque cómodamente ignoramos o escondemos las prácticas de quienes detentan el poder, que son quienes marcan la pauta que como borregos seguimos. La tierra no aguanta el silencio ante el uso del lecho marítimo como basurero por las grandes fábricas, de los escasos campos fértiles europeos como una gran alfombra debajo de la cual se cultivan venenos vertidos por honorables industriales, escondidos por las mafias, ignorados olímpicamente por el gobierno de turno, por los reguladores, por los mal-llamados “ecologistas”, “hippies”, “personas sensatas”…

Porque si bien las revoluciones deben empezar en nuestro pequeño espacio, trastornar la propia vida hasta hacerla consecuente, no dañina, puede implicar hacernos los locos con quienes más están contaminado, agotando, abusando; eso es hacerles el favor, jugar el mismo juego, volvernos cómplices.

Y hacer funcionar como placebo para calmar la conciencia por no protestar ni resistirse: la separación del papel usado, el vaso de yogurt y las cascaras de huevo, pero no nos metemos en temas espinosos

- Porque a todos nos gusta ese lindo pantalón roto y desgastado; ese “look mendigo” que esta dejando el planeta como un trapo (y que de paso en el proceso mata lentamente al operario que lo fabrica) -

-Porque en algún lado hay que tirar las desechos -

Y voy pensando en esto cuando salgo del camerino y me encuentro a la muy defensora del agua, muy tranquila y colorida metida en un pantalón cualquiera: Girbaud, Levis, Americanino; muy procesado, muy roto, muy bonito, muy culpable de la asquerosa mancha azul en el río Medellín.

Entonces lo sé, lo siento, no les puedo creer. Mejor seguiré intentando encontrar la manera de ir cambiando y mejorando de a poquitos lo que como, comprándole al campesino las fresas o el jabón de tierra, aprendiendo a sembrar, comprando el pantalón más barato que suele ser el menos “prelavado”, haciéndole el quite en las piñatas a la Coca-Cola.

Caminando y comiendo y viviendo más despacito, sin tanto afán. Creyendo poquito y sospechando siempre, y usando bombillos amarillos hasta que me vendan unos igual de acogedores por el mismo precio.

Anexo

Un video de Internautismo Crónico. Una parodia que no debería ser para reír.

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