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Siempre he sabido que somos adversos a las normas, o en otras palabras: medio guaches; que estamos rodeados de inútiles que creen que cuando hay una fila estancada de más de cierto número de carros adelante de la cual uno no alcanza a ver bien la razón del problema (comúnmente conocido como taco o trancón), la mejor forma es formar un carril nuevo y sobrepasar la fila. Además, con la total complicidad del agente, guarda o policía que hay al frente, que en vez de infraccionar al infeliz, lo premia buscando forma de integrarlo de nuevo al trafico más adelante.
Me he dado a la tarea de conducir por la ciudad siguiendo de manera juiciosa y ajustada las normas de tránsito que Medellín ha sabido imponer a través del uso de cámaras de vigilancia y comparendos que llegan directamente a las casas. Si bien no he sido “victima” de ninguna de ellas, si he sentido la discriminación, e incluso el mal humor de los demás conductores. Resulta evidente ahora que 60 kilómetros por hora en la ciudad es un límite muy bajo, tan bajo que en varias ocasiones he visto como los ciclistas me sobrepasan sin mayor esfuerzo físico, especialmente en sectores donde la menor pendiente les permite tomar impulso.
Aquello de que “las normas son para el que no es vivo”, parece ser la constante. Es por esto que una vez iniciadas las sanciones de acuerdo al registro de las cámaras en la ciudad, sus habitantes nos hemos visto inundados con correos electrónicos en los cuales redes sociales espontáneas y anónimas circulan la ubicación exacta de dichas cámaras. Y para ser más claros, en estos días de andar a 60 kilómetros por hora, he visto como en algunos lugares los conductores (en su mayoría de vehículos de transporte público) conducen a mucho más altas velocidades en algunos sectores, solo para luego reducir abruptamente y estar a la velocidad reglamentaria en la cuadra siguiente, es decir, cuando saben que ya estarán bajo la lente. De lo que se desprende pues que, en la presencia de la autoridad incorruptible de las cámaras somos unos veloces rampantes, y en su ausencia otros, cautelosos obedientes.
La cultura ciudadana, en verdad, es un cuento extraño. No solo en la cuestión del tráfico, lo vemos también en las filas en los bancos, en el cine, en los conciertos. Además parece que la estética se ha convertido en licencia de facto, que no solo en accesoria apariencia. Recientemente en un ciclo de conferencias vi como un “respetable ejecutivo” se exaspera ante un joven casualmente vestido con una camiseta de Linterna Verde porque, supuestamente, era su turno al podio por delante del muchacho. Menospreciando al joven quizás por llevarle 30 años de diferencia, o quizás por su informal vestir, aparentemente no muy digna de un conferencista, tan solo para luego darse cuenta que el turno de su charla no era sino hasta 50 minutos después. Y tras decir “lo siento” se quedó a incomodarle al joven durante su charla. ¿Lo siento? Para qué decirlo si ni les nace. Qué sinceridad hay en ello si de todas formas se creía, y seguramente aún después siguió creyéndose, facultado. Pasar por encima de quienes creemos inferiores es cuestión del día a día. Sabotear el éxito de los demás con el fin de alcanzar el propio.
Hace poco fui parte de un jurado para un concurso que seleccionaría presentadores a un evento TEDx. La participación consistía, en parte, en grabar un video con una presentación cautivante, la cual estaba limitada al cumplimiento de unas reglas muy simples. Una de estas reglas, tal vez la más importante, era que el vídeo debía ser de menos de 4 minutos. ¿Y saben qué? ninguno de los concursantes participó con un vídeo de esa duración. Hubo incluso quien se aventuro a participar con uno de 20 minutos. Luego de que, ante los hechos, declarásemos desierto el concurso—pues asumo que estarán de acuerdo en que no debíamos escoger a alguien que no cumpliese las reglas—he visto un sin fin de comentarios catalogando el evento excluyente. ¿Ah?
Es más fácil sobrepasar al otro o criticar destructivamente sin tener la intención de colaborar. Meterse en el lodo, después de todo, es mas complicado que simplemente gritarle al otro lo que debe hacer. Ver los toros desde la barrera siempre será más sencillo que la lidia misma.
Dar por sentado que el otro sale ganador es la peor actitud. ¿Por qué voy a colaborarle si con seguridad me están tumbando? ¿De cuándo aquí es esa la primera reacción? O aquellos que se creen periodistas haciendo crónicas que destruyen la labor sin hacer esta parte “harta” de tratar de indagar la realidad detrás de los sucesos. Hay quienes aún creen que en Medellín no han pasado cosas, que el cambio no ha llegado, que la ciudad no se ha renovado. Y hay quienes creen que la ciudad cambio mucho, que hay nuevas obras de infraestructura, que se ha avanzado en educación y otros frentes. Y ambos tienen la razón, pero sin lugar a dudas, esta ciudad seguirá siendo un pueblo hasta que nos saquemos ese “colombiano ventajoso” que cada uno tiene adentro y aprendamos a seguir unas las normas mínimas sociales de respeto, unas reglas claras de juego, y las leyes.
Colombiano, si de ello gusta y ve provecho, si le proporciona tranquilidad, seguridad y satisfacción, adelante, pase al frente por encima o por debajo: sigámonos destruyendo. Aunque le aseguro que así ni usted ni yo llegaremos más lejos; pues esta actitud solo garantiza que el tapón de más adelante seguirá siempre ahí.